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Precauciones nutricionales

La comida metálica, bajo la lupa

El aluminio es el tercer elemento más abundante sobre la corteza terrestre. Hay una gran variedad de investigaciones que garantizan su inocuidad, mientras que otras advierten acerca de sus riesgos. Aquí, las claves para entenderlo.

Por Redacción Diario Salud.
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La  mayor  parte  de  las  sustancias  químicas, y sus mezclas, ejercen un espectro completo de efectos sobre la salud que van desde los benéficos hasta los letales. Actualmente no hay evidencias sobre alguna función esencial del aluminio en animales o seres humanos y no se han identificado síntomas asociados a su deficiencia. A su vez, la dosis letal 50 -según estimaciones de la Organización Mundial de la Salud– es de entre 500 y 1000 mg de aluminio por cada kilogramo de peso en una persona, limites casi imposibles de alcanzar.

A pesar de que la situación no es preocupante son importantes ciertas consideraciones, especialmente para personas que poseen algunas patologías.

Con el aluminio se manifiesta un proceso muy particular: su migración desde algunos utensilios domésticos hacia los alimentos, lo que puede aumentar la ingesta diaria de este elemento.

Hay tres vías por las que una sustancia puede ingresar al organismo: oral, respiratoria y dérmica. Las características químicas de los compuestos de aluminio hacen que esta última sea la menos importante. Por vía respiratoria, la principal población de riesgo son los trabajadores de fundiciones de aluminio y otras industrias relacionadas. Para la población general la principal vía de exposición es la oral, sobre todo a través de alimentos y medicamentos.

Entre los alimentos con más altos niveles de aluminio encontramos: cacao en polvo, chocolate, té, pizzas congeladas, quesos procesados y productos de confitería, repostería y panadería. En los medicamentos, los antiácidos y analgésicos son los de mayor concentración.

El agua no aportaría grandes cantidades de este metal ya que posee entre 0,1 y 0,2 miligramos por litro. También puede encontrarse en vacunas, utensilios de cocina y antitranspirantes.

A pesar de todo esto, en individuos cuyos riñones funcionan normalmente, un incremento en la ingesta de aluminio genera un aumento tanto en la absorción intestinal como en la excreción urinaria, manteniéndose relativamente estables los niveles plasmáticos. En cambio, un porcentaje importante del aluminio que ingresa por vía respiratoria (usualmente en forma particulada) permanece en los pulmones, lo que podría causar fibrosis pulmonar.

El mayor riesgo que presenta el aluminio para la salud radica en el hecho de ser neurotóxico, algo que puede afectar a los pacientes con disfunción renal, que no tienen un buen funcionamiento de las barreras que impiden la acumulación de aluminio: intestinos y riñones. Estos últimos son la principal vía de excreción y esos pacientes la tienen inhibida. Por estas razones son la población de riesgo más importante.

Se han medido concentraciones de aluminio superiores a las normales en cerebros de personas con encefalopatías (en pacientes dializados y en personas alcohólicas) y mal de Alzheimer.  Este último, tanto como la demencia senil, acontece en el cerebro por la alteración de la captación de neurotransmisores y la disminución de actividades de determinadas enzimas que se ven afectadas frente a la presencia de sustancias tóxicas. Esto desencadena una cascada de alteraciones patológicas a nivel neuronal que afec­tan directamente a la persona.

En estudio

La ingesta de aluminio no debe resultar perjudicial -aun si se viera aumentada- en organismos cuyo funcionamiento es normal. En cambio, las personas que padecen determinadas enfermedades deberían controlar su interacción con el elemento, sea por su trabajo o su uso cotidiano.

Yesica Yamila Corbalán, licenciada en Nutrición de la Universidad Maza, realizó un estudio para determinar estos cambios. Para ello analizó, entre otros, bandejas para comidas preparadas y papel film para en­volver. La concentración del metal fue determinada por espectrofotometría de ab­sorción atómica (una técnica para determinar la concentración de un elemento metálico).

El papel de aluminio resultó ser uno de los productos que más favorece el desprendimiento del elemento, lo que también se incrementa al ele­var la temperatura  en presencia de acido láctico (lácteos y sus derivados). Lo contrario ocurre con la presencia de cloruro de sodio (sal de mesa) y ácido cítrico (salsas), que constantemente están en uso.

La  mayor  parte  de  las  sustancias  químicas, y sus mezclas, ejercen un espectro completo de efectos sobre la salud que van desde los benéficos hasta los letales. Actualmente no hay evidencias sobre alguna función esencial del aluminio en animales o seres humanos y no se han identificado síntomas asociados a su deficiencia. A su vez, la dosis letal 50 -según estimaciones de la Organización Mundial de la Salud– es de entre 500 y 1000 mg de aluminio por cada kilogramo de peso en una persona, limites casi imposibles de alcanzar.

A pesar de que la situación no es preocupante son importantes ciertas consideraciones, especialmente para personas que poseen algunas patologías.

Con el aluminio se manifiesta un proceso muy particular: su migración desde algunos utensilios domésticos hacia los alimentos, lo que puede aumentar la ingesta diaria del mismo.

Hay tres vías por las que una sustancia puede ingresar al organismo: oral, respiratoria y dérmica. 

Entre los alimentos con más altos niveles de aluminio encontramos: cacao en polvo, chocolate, té, pizzas congeladas, quesos procesados y productos de confitería, repostería y panadería. En los medicamentos, los antiácidos y analgésicos son los de mayor concentración.

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